LA MUERTE EN LA CALLE.
Este primer cuentos nos empieza hablando de un señor que vivía prácticamente de un lado a otro, pidiendo su limosna a los ‘’amigos’’ que se encontraba en el camino. El saludaba a sus amigos de una forma muy cordial, el les decía: que tal caballerazo, échese ahí tres centavos, cinco, siete o diez. Así era que él se buscaba para el desayuno, pues decía que él no estaba acostumbrado a almorzar ni a comer.
Cuenta q un día tuvo un problema de mucha plata, porque llego un día a la casa de un ‘’caballerazo’’ y le pidió dinero, él le dijo q repitiera y le explicara q significaba eso, y entonces él empezó a contarle su historia. Al final le puso un billete de 500, y le dijo q se echaba cinco, entonces, el le dijo que no era uno de cinco, sino de 500, y el ‘’caballerazo’’ le dijo, si, tómalo. Él lo cogió y se despidió.
El dijo que lo iba a guardar en su mochila, para que cuando él se muriera, el que tuviera la voluntad de recogerlo, se lo ganara, pues supuestamente él, el que lo recogiera fue por la buena voluntad, y dios lo bendeciría con ese billete.
Luego el comenzó a contar la historia de grande a pequeño y de pequeño a grande, ya que comenzó, cuando el pedía alojo en todas las casas, y a veces le tocaba hasta rogar para que lo dejaran, hasta que una vez en una casa encontró un hueco en el patio y allí fue donde él se quedo un par de días, hasta que un día llovió, y le toco conseguirse un pedazo de lamina de zinc de una casa, y como él se dormía más tarde que todos, y se despertaba más temprano que los demás, volvía y ponía el zinc donde estaba.
Un día unos niños lo descubrieron, y como él decía que los niños ninguno eran buenos, eran los que le echaban cosas a su dormitorio. Conto también que todos los perros eran sus amigos, pues lo querían solo por la compañía, porque sabían que él no tenía nada para ofrecerles. Y los niños, en cambio, le lanzaban piedras, le gritaban apodos entre otras muchas cosas malas.
Luego el nos empezó a hablar de su mamá, y nos conto que a él le gustaban las fritas de plátano cuando se las comía en la cocía al lado de la mamá que cuando, ella se las servía en el comedor. La mamá se murió y el tío quedo a cargo de todo. El tío dijo que tenían que vender todo, al otro día, cerro la casa y se fueron con 3 bolsas, una grande, otra mediana y una pequeña, el tío se monto en un buque y le dio la bolsa pequeña, le dijo que allí llevaba la zapatería, pues el tío quería que él fuera zapatero. El después fue para donde un zapatero profesional, y vio que lo que le había dado el tío era una montura, pero solo era la de el lado izquierdo, el zapatero arrojo la montura al piso con un regaño, y el niño salió corriendo sin detenerse a coger la montura, y allí fue donde él se dio cuenta que la vida de él era caminar.
Luego se le dio por averiguar el misterio de la mujer, y para el todas tenían algo que se parecía a la mamá pero después las miraba bien y se daba cuenta q no era ninguna su mamá. Luego ya al final, cuando ‘’se estaba muriendo y fue al cielo’’ encontró a su mamá en la puerta de la cocina de pie, la llama y le pregunta ¿vas a freír las tajaditas de plátano, mamá?
ESPUMA Y NADA MÁS
Este cuento, trata sobre un gran barbero, que un día común le toco afeitar a un ‘’enemigo’’, el barbero, se hizo el que no lo conocía, y su enemigo, quitándose la corbata, el quepis, y su pistola, le dijo, que calor hace, hoy a nuestros muchachos nos fue bien, pues agarramos a catorce, unos van muertos y otros todavía viven. El barbero, ya conocía muy bien quién era, pues se acordó de una vez, que puso al pueblo a desfilar por la escuela para que vieran a los cuatro rebeldes colgados. El capitán ‘’Torres’’, dijo que él quisiera irse a dormir, pero no puede, ya que hay mucho trabajo, el barbero se imagino y le respondió de una manera muy desinteresada, ¿fusilamiento?, el capitán torres le respondió, algo parecido. El barbero, estaba nervioso y muy cuidadoso cuando se trataba de afeitar a este cliente, ya que trataba de que no saliera ni una sola gota de sangre de uno de sus poros. Luego el coronel torres le dijo que fuera a la escuela en la tarde, el barbero horrorizado le pregunto que si era lo mismo del otro día, y el coronel le dijo que de pronto saldría mejor, y se iban a divertir.
El quería hacerle un buen estilo de barba, como sacerdotes, poetas, para que tal vez no lo reconocieran. El barbero, en esos momentos, pensó que no le iban a creer que había tenido a un enemigo en sus manos, y lo había dejado ir tranquilamente, vivo y afeitado.
El otra vez como buen barbero, pensaba en no dejarle brotar ni una perla de sangre, y maldijo la hora en que el vino, pues decía que el merecía morir, pero que el (el barbero) no era un asesino, pues que se ganaba con eso, ya que vienen unos, y otros y se matan entre sí. El decía que podría cortar el cuello y así, ¡zas!, ¡zas! Y no le daría tiempo de quejarse, como tenía los ojos cerrados no vería ni el brillo de la navaja ni el de sus ojos. Pero él decía que si lo mataba le tocaba irse de donde estaba, y así hasta que dieran con él, unos dirían, el asesino de el capitán Torres, para unos, un héroe, para otros una cobardía. Pero el vino a que lo afeitara y eso iba a hacer, afeitarlo.
Luego terminaron, el capitán dijo gracias, se dirigió por sus cosas, y le dijo: ‘’me dijeron que usted me mataría, vine para comprobarlo. Pero matar no es fácil. Yo sé porque se lo digo’’. Y se fue.
TODOS ESTABAMOS A LA ESPERA
Este cuento, trata sobre un grupo de amigos, que se reunían todas las noches en un bar, donde se ponían a escuchar música y ver boxeo, donde las peleas no llegaban al último round porque caiga alguno de los dos a la lona, entonces aparecía un señor de corbatín, y le levantaba la mano a el que quedaba de pie anunciándolo ganador. Debido a esto dejamos de observar el boxeo, y nos sentábamos nuevamente en las bancas rojas a oír música. El dueño del bar se dio cuenta de que estábamos a la espera de alguien, y una noche nos dijo: ‘’pueden tomar todo lo que quieran’’, nos acercamos al bar y lo hicimos, desde esa noche, nunca dejamos de ir, aunque no tuviésemos dinero, nos sentábamos en los altos bancos rojos. Una noche llego alguien a quien nunca habíamos visto, se sentó junto a nosotros como si el conociera el lugar, y dijo: ‘’voy a quedarme aquí, tiene que llegar a este bar’’, el traía dinero y empezó a tomar. La estoy esperando desde hace tiempo, dijo. Empezó a contar una historia donde él había llegado a una estación, y donde había buses y se encontraba repleta de gente, no sabían si esperaban o los esperaban.
Cuando una muchacha pregunta: ¿a qué horas sale su bus?, y un señor negro le da la hora que él conoce, porque he estado esperando toda la noche en esta estación, y de pronto me quedo solo con la muchacha, el negro y la vendedora de revistas se alejan junto con las paredes. Yo le hablo a la muchacha que tiene un largo tiquete en las manos, y mira sin entender los itinerarios con la complicada combinación de números, permanecíamos solos en la estación, la muchacha se duerme contra la madera y yo cuido su sueño, y de pronto me dice sin abrir sus ojos tengo hambre, el se levantó y se dirigió hacia un restaurante, que estaba al pasar la calle, le dijo a ‘’el griego’’ que estaba atendiendo: ‘’ella está ahí en la estación, no se para donde va pero lleva toda la noche esperando el bus y tiene hambre’’. El griego le pregunta, ‘’ ¿Por qué no te vas con ella?’’. Y le responde que no lo había pensado, le da el café y se lo lleva a la muchacha. Cuando llegaron los buses nos levantamos y salimos a leer letras blancas hasta hacerlas coincidir con los tiquetes. Luego él se va de nuevo al restaurante y le dice al griego que ella se ha ido, el griego le responde que tenía que venir. El luego pasa la calle agarra sus revistas y toma el bus.
Luego vuelven a la escena del bar, y todos estaban a la espera, de la muchacha. Luego todos pensaban mientras el otro señor hablaba. Dejaron de pensar y se pusieron a jugar de nuevo con las monedas. El señor que había llegado a el bar, que nunca lo habían visto, se paro y dijo: ‘’yo te he estado esperando Madeleine’’. Ella siguió mirándolo y le dijo: ‘’no me necesitas mas, déjame ir ahora’’, él le tomo la mano mientras cruzaban la calle y los demás los veían a traves de la vitrina que había comenzado a esperar.
¿PORQUE MATO EL ZAPATERO?
El cuento, empieza, en una calle hermosa y empedrada por donde pasaba un arroyo, decía que existía una casa antigua y en la parte de abajo dos tiendas ocupadas por una carpintero con nombre de Calixto y un zapatero llamado Aquilino que vivía con su esposa Ifigenia y su hijo. Calixto el carpintero, era un hombre que no hablaba mucho, muy trabajador, que llegó a conocer mejor que nadie los secretos del roble, el pino, el nogal, la caoba. Nadie llego a disfrutar más que el de los olores de la naturaleza en su taller y también los olores desagradables de la viruta, el era un ser muy ensimismado, áspero, hosco, que vivía entregado a sacarle viruta a su propia vida y atormentado con la idea de la muerte. Aquilino el zapatero, era alegre, buen conversador que se abría de par en par al extraño, al recién llegado, al cliente que llegaba por primera a vez a su zapatería y por supuesto, la persona que con su manera de ser se enteraba primero de las noticias, de los chismes, de las enfermedades de sus vecinos y también de los campesinos que bajaban con sus burras, los aguaderos, los niños, los enfermos y jovencitas en vísperas de matrimonio, las beatas, el cura de la iglesia y su hermana solterona…en fin cada suceso no le era ajeno desde su banqueta y clavos al pie de la puerta de entrada a su negocio que separaba de su vivienda por un biombo. En sus descansos o al final de la jornada de trabajo en el taller donde le colaboraba un aprendiz y su hijo, se disponía a contarle a su esposa Ifigenia todas las novedades. Ella desde su lecho de enfermedad, seguía atentamente lo narrado por su esposo, mientras era consumida por la enfermedad.
Por su parte Aquilino en su trabajo y los aprendices, que no pasaron de dos y que incluían a su hijo, enseñaba moralejas; para referirse a los seres humanos, les decía: “Acuérdense de que el hombre es como un zapato… -agregaba meneando sentenciosamente la cabeza-. Uno y otro se tuercen, se deshorman, se les resquebraja el cuero, se les abren las costuras y se acaban lo mismo; casi todos terminan en chagualos y en el muladar, y son muy pocos, muy contados son los que resultan de buena clase y conservan toda la vida los tacones derechos”. Conocía tanto los zapatos de haber lidiado con ellos como a las personas a quienes llamaba eran orgullosas, vanidosas, humildes y fieles como los buenos cristianos, austeras… pero deberían todos estar bien calzados y esa ser la preocupación de los gobiernos, porque la vida es dura para quien no tiene zapatos. La civilización parecía decir, va de la mano de los zapateros, y los hombres sólo se mueven arriados por su ambición de tener zapatos…”él se consideraba el mejor zapatero de la calle, mientras Calixto el carpintero, refunfuñaba entre tablas y cepillos, diciendo que porque no había más sino él; el único ataúd que tenía exhibido siempre decía que era para doña Ifigenia la esposa del zapatero.
Pasaron los años y mientras seguía la construcción de ladrillo de la casa de enfrente, sus vecinos envejecían, las enfermedades hacían agonizar a los pacientes, los niños crecieron, las jovencitas se casaron y ahora pasaban taconeando fuerte como las mujeres vanidosas y orgullosas de otras épocas. Calixto el carpintero, decía que sólo los hombres envejecen, mientras la ciudad rejuvenece todos los días. Así los cambios se hacían notar, Aquilino por prohibición del Alcalde del lugar, ya no podía arrojar los desperdicios en el arroyo, hasta una vez llegaron a multarlo; también el dolor llegó a su puerta con una enfermedad del hígado por el alcohol, su esposa falleció y su hijo se fue a trabajar a la fábrica de enfrente después de terminar la vieja construcción que se convirtió en una moderna y gran fábrica de zapatos, de cuya vitrina vivía obsesionado porque alguien que lo miraba fijamente: una muchacha de madera que exhibía unas zapatillas plateadas; tenía bastante tiempo para mirarlos después que ya no le llegaba trabajo y se dedicó a beber aguardiente hasta el punto que llegó a reconocer que se había convertido en un borracho; y sólo Dios, según él, sabía cuánto le había costado reconocerlo mientras que Calixto afirmaba que Aquilino siempre había sido un viejo vicioso porque no había tenido el valor de matarse, mientras que él, el único vicio que reconocía era el chocolate que preparaba después de retirar del fogón la viruta. Desde la prosperidad de la fábrica, gastaba su tiempo atormentando a Aquilino con preguntas como: ¿Quién es el mejor zapatero del barrio? Cuando lo veía doblegado por el dolor. Y como de ofender se tratara, le devolvía otra pregunta Aquilino: Maestro Calixto, ¿logró vender su cajón de pino? Respondió de inmediato: En él se llevaron una mañana… Murió de tos, de un viento que le entró por la espalda. Estaba hablando de doña Ifigenia, la esposa de Aquilino. La protesta de Aquilino no se hizo esperar para aclararle que era la fábrica la que le había quitado todo incluyendo su mujer y su hijo; todo por unos zapatos hechos a la carrera entre poleas y no amasados con el calor y la ternura de sus manos; así fue como se le atragantó el dolor, el despecho y la cólera de viejo que ahora tenía porque le habían robado el sentirse dueño y señor de su acera y de su calle, de su señora Ifigenia y de ese vasto taller de chismes y de ensueños, pobre, pobrecito Aquilino y ahora vestido de duelo, se sentía el hombre más pequeño que una noche fría, lluviosa y de ventiscas que relaja por completo a la vigilancia de la policía, se decidió a matar en medio de su tragedia a aquella mujer que desde la vitrina del almacén de la fábrica, detrás de los cristales, todo el tiempo parecía burlarse de él, haciéndole guiños la señorita de las zapatillas de baile. Llevado por el demonio del aguardiente y dando tumbos, se puso enfrente como escuchando la voz de su esposa Ifigenia, pues la cabeza le daba vueltas y con la hachuela la descargó con toda su alma cuerpo sobre su víctima: La muchacha de madera de la zapatilla de plata. La vitrina se partió en pedazos alertando el vigilante dijo: Al ladrón, al asesino mientras Calixto Afirmaba que era lo único que le faltaba al borracho.
AL PIE DE LA CIUDAD
Este libro trata, de un niño para quien su mundo son los matojales de la loma, los deslizaderos de tierra amarilla, los riscos y barrancos por donde pastorea su cabra, la necesidad de su familia y los mismos vecinos, lo hicieron junto con su padre conocer otra profesión: Pescadores de desperdicios. Esto tiene que ver con la búsqueda de monedas, fantasía y otros objetos que arrastran los arroyos que se producen después de las lluvias o fuertes aguaceros que arrastran desde la ciudad estos desperdicios. El niño estaba muy triste porque una de estas crecientes había arrastrado el cabrito recién nacido que extrañaba la cabra y a él lo hacía llorar. Sin embargo, el papá le recordaba lo importante de las lluvias que les permitían recoger de esas zanjas que ellos mismos ayudaron a hacer los elementos que cambiaban en la ciudad por alimentos y ropas; en la ciudad cuando pasaban por rejillas o alcantarillas el papá le mostraba que por ahí se iban estos objetos que al cambiarlos despertaban miradas raras y comentarios que los hacían enojar, porque se referían a las aguas negras que ellos manejaban, por lo que no hacían comentarios de su trabajo. El papá grita al niño desde la casucha de la falda, para que suba la cabra, mientras el niños continúa explicándole que esas mismas aguas se llevaron al cabrito y se distrae consintiendo a la cabra y pegando su boca a la ubre y de paso chupando la leche que generosamente le da la cabra, con quien pasó toda la tarde por temor a que al entrar la noche el animal se perdiera. Al llegar a casa, su madre estaba preocupada y su papá se sentía culpable; no pudo dormir y entrada la noche preguntó: ¿Se pondría bravo Dios si amarrara un lacito a la pata de la cabra? ¿O si la amarrara a una estaca? El padre respondió: “Dios no se enojará” después de imaginar a la cabra sin poder moverse allá en la loma. Reunió a todos los niños del barrio, los llevó a la cueva en donde les enseñó el animal y dijo que la llamarían cabra, los mayores dijeron que nunca habían visto una cabra pero era la más hermosa que habían visto y eso lo hizo sentirse orgulloso, su padre también expresó que era un bonito animal y su madre enferma, también que muy bonito. Y nunca averiguaron de dónde vino la cabra.
Pronto los adultos tuvieron que reunirse con preocupación, porque unos agentes de la ciudad los habían visitado para darles la última orden de abandonar el lugar por el riesgo que corrían todos. Los niños jugaban ajenos, mientras el niño de la cabra contaba a sus amiguitos que el cabrito de las orejas pardas había sido arrastrado por las aguas negras… mientras otro niño pensaba pronto nos arrastrará a todos y nos ahogaremos. Así también cada adulto recordaba cuando vivía en el campo con sus animales, o el que en estos barrancos tenía una gallina o un pato, en fin la situación se les había complicado, pues los iban a echar de ese lugar, hasta pensaron en revelarse si tuvieran armas. ¿Armas? Respondió el padre del niño; si siempre nosotros ponemos los muertos y ellos las balas. Sin embargo él haría frente para representarlos, aun cuando al final se escuchara que había hecho hasta lo último. Los agentes están encima, él cierra los puños y también los caminos; ante la pregunta del niño ¿a dónde van? Le señala que a la ciudad con la cabra, el niño con los pies descalzos, cansados, con sed y después de brindarle un helado para disimular el calor del sol agobiante, el niño siente que ese helado es como la ubre de la cabra pero el padre le hace comprender con su realidad que están en la calle, sin poder darle de comer a la cabra pues los echaron de los barrancos y los agentes los siguen persiguiendo con la escena dura después que la madre en la calle estuviera ordeñando la cabra; seguían alegando a los agentes, no tenemos tierras, ni techo, no tenían a dónde ir; mientras ellos hablaban otro leguaje: epidemias, moral, higiene, órdenes qué cumplir. Se acaloraron los ánimos y el papá se abalanzó sobre los agentes, que lo dominaron, frente al orgullo del hijo que le dice: Si no te hubieran quitado al agente, los habrías eliminado a todos. Su padre le daba seguridad. Luego, ante los movimientos bruscos de la cabra, le pregunta a dónde la llevarían y él sin espera le dice que a la carnicería; entonces agrega el niño si allá hay barrancos, como evadiendo la realidad. La respuesta es un no definitivo. Entre saborear el helado y pensar regresar al barranco para cuidarla, pregunta de nuevo a su papá: ¿Es un buen hombre el carnicero? El padre calla y luego le indica señalando los suburbios, que cuando estén por allá tendrá otra cabra y barrancones para que salte. El padre piensa que también de esos suburbios y de barrancos serán echados ellos y otras familias, que no habrá más cabras y sin embargo trata de afanar al niño y a la cabra para llegar a la carnicería, pero al pasar la calle entre llevar el animal que se asusta y cuidar del hijo pequeño se ven frente a un camión que frena e insulta al padre quien por salvar al niño no alcanza a controlar la cabra que queda atrapada en las llantas del vehículo y el asombro de los vecinos y transeúntes que alguno manifiesta el abuso del conductor para insultar al dueño de la cabra después de los sucedido. Un policía se acerca para pedirles que circulen y encargarse del asunto. El niño llora porque la cabra está agonizante y ha perdido sus patas y parte trasera, mientras que el padre le dice con voz amarga: Vamos muchacho que en la carnicería la curarán y se alejan así con sus propias sombras ciudad adentro.
ESTAS FRASES DE AMOR QUE SE REPITEN TANTO
Era uno de los amaneceres más húmedos del mundo y se sentía en el ambiente, los pisos, la silla con los cigarrillos comenzados, el ruido de los camiones, los perros, los grupos de soldados dando alto y haciendo requisas, los detectives escondidos en la oscuridad silbando para avisar algo, las carreritas de lado a lado; y en el aviso descolorido que dice: “Aracely 1era. Reina del Universo”; así reconocieron que no habían dormido; eran como las 6:00 de la mañana cuando encendida la radio aceptaron que ya no volverían a dormirse y veían la luz por entre las rendijas de la pared de madera El salitre venía con el aire y se impregnaba en los cabellos y en la piel, era según ellos como regresar de la playa y acostarse sin bañarse para sacar la arena y el agua salada.
El negro José Raquel quien es bracero del muelle de la Manchina, debe cargar y descargar los barcos, llenar las bodegas con los bultos y cajas, cubrir la mercancía para que no la deñe el sol y la humedad, tener cuidado con las ratas y a veces jugar dominó mientras los remolcadores atracan el barco y en su descanso va al casino para sacar su saxofón e interpretar blues y beber ron. Cuando es de día toca aires de moda y bebe cerveza helada sin que le cobren el consumo. Los oficiales de los barcos le proponen enrolarse en la tripulación y la respuesta siempre es una sonrisa amplia.
No querían abrir los ojos, era un amanecer de reflexiones, de compartir un sentimiento que los unía; desde el hastío, la frustración, los sueños de infancia en los que creyó el otro, la poesía del porvenir y hasta creer que ella tenía la verdad que los retuvo en ese lugar, que con la radio encendida le hizo recordar cuando le habló de su amigo Víctor el compañero de estudios que se la pasaba escuchando canciones de los Beatles y que leía a Sábato y a Durrel y se mató en unas ruinas rociándose un galón de gasolina, que prendió con un fósforo hasta que los gritos fueron ceniza. Conoció el silencio después de buscarla hasta cuando lo nombraron redactor del periódico y dejó a un lado la universidad y le pidió que lo siguiera.
José Raquel, el amigo de todos que los invita a su casa a jugar dominó y oír las canciones; cuando hay problemas de paga o de deudas, habla con capataz y trata de arreglar el asunto.
Es un burro para trabajar, es a él, a quien requieren para un remplazo. Desde las personas de gran necesidad a la gente con menos requisitos lo requieren mucho, por todas aquellas cosas que pasen en ese lugar por la primera persona que preguntan es por el capataz; él y los demás trabajadores pidieron aumento de jornal por que sin ellos el barco se lo comerían las cucarachas.
Seguían agolpándose los recuerdos en la mente del personaje que se cuestionaba si se habían equivocado al conocerse. Recordaba que ella estaba en una obra de teatro donde se le callaron los dientes de yuca y el se moría de la risa, luego se tomaron un café bajo la lluvia a la vez que pensaban que el destino estaba dispuesto para ellos así como lo pregonan la literatura que quien se conoce bajo la lluvia puede enamorarse. |